martes, 8 de diciembre de 2009

Mi Dios,tu Dios....nuestro Dios???

Desde que nací y me bautizaron me considero Católica,no ejemplar como humana que soy ,pero si convencida con mucha fe y por sobre todo con permanente gratitud hacia mi Dios y Señor por lo que me ha dado e incluso me ha quitado.Nací en un país del tercer mundo con muchas limitaciones,siendo privilegiada dentro de  él dado que tuve acceso a la cultura y la instrucción lo que me permitió crecer y ser un ser humano autónomo con virtudes y defectos pero capaz de pensar por mi misma.Con mucha sorpresa leo actualmente luchas a favor y en contra de la Iglesia Católica que debería ser una y única,lo que mas me sorprende es que estas luchas se vuelven encarnizadas y hasta absurdas en países del primer mundo,seamos claros yo puedo luchar o estar de acuerdo o no con la jerarquía eclesial así como puedo  estar de acuerdo o no con los gobernantes de mi país pero hay cosas que no pueden estar en duda y una de ellas es la FE ,esa que mueve montañas,la que nos hace sentir que todo vale la pena,si estamos en desacuerdo debemos dialogar no pelear,no insultar,no sentirnos superiores ya que nadie es dueño de la verdad,al entrar en este campo ya violamos las leyes de Cristo,el vino a este mundo y se inmolo para que seamos libres,libres de conocerlo,libres de amarlo pero nunca condicionados por quien es "dueño de la razón y la Fe" ;eso no existe nadie es dueño todos somos siervos de la viña del Señor,el hecho de que sean lideres no los hace sabios,el que sean mas políticos que pastores los hace menos sabios.Ahora llegamos al extremo de temer a las demás religiones,porque?son una amenaza?o somos nosotros en nuestra infinita soberbia quienes tememos lo que no conocemos?.
Generalizamos y asuminos que son malos porque son diferentes,el miedo nace de la ignorancia,no seria mas sano estudiar,ver y aprender de los "diferentes"?  debemos llegar a extremos insanos como la xenofobia y el racismo?donde esta el cristianismo en esto?.
Al parecer para muchos deberiamos volver al "Tribunal del Santo Oficio" o "Las Cruzadas",errores de triste memoria de la cristiandad,esperemos los futuros afectados no deban esperar siglos para que les pidan disculpas.Si en lugar de tanta interpretacion,de tanto puritanismo,de tanta palabreria miraramos mas alrededor y tendieramos la mano quizas las cosas cambiarian.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Personalidad Histrionica,Victimismo


POBRECITA YO?????

Me quiero referir hoy a una "afeccion" normal digamos hasta ciertos limites en la persona humana pero que puede llegar a transformarse en un problema psicologico:el victimismo,estrechamente relacionado con la "PERSONALIDAD HISTRIONICA" y lo hablado en el post anterior "EL MANIPULADOR".
Estos serian los sintomas mas frecuentes en dichos casos:

Búsqueda constante de consuelo o aprobación

Dramatismo excesivo con muestras de emociones exageradas

Susceptibilidad desmedida ante las críticas o la desaprobación

Actitud de seducción inadecuada en cuanto a su apariencia física o su comportamiento

Preocupación excesiva por su apariencia física

Necesidad de ser el centro de la atención (egocentrismo)

Baja tolerancia ante la frustración o a la dilación de la gratificación.

Emociones rápidamente cambiantes que pueden parecer superficiales para otros.

Las opiniones son fácilmente influenciadas por otras personas, pero difíciles de sustentar con detalles

Tendencia a creer que las relaciones son más íntimas de lo que realmente son


Analicemos:

Busqueda de consuelo o aprobacion:sin meritos para ello la mayoria de las veces,dado que ante el error no puede existir aprobacion,quizas en algunos casos consuelo...

Dramatismo excesivo con muestras de emociones exageradas:muchas veces llegan a convencer y acarrean la "lastima" de muchos,algo que no desearia me pasara jamas.

Susceptibilidad desmedida ante las criticas o la desaprobacion:algo logico,sabiendo que no tenemos razon tratando de inspirar lastima solo podemos esperar desaprobacion de quien tiene un minimo de sentido comun.

Actitud de seduccion inadecuada en cuanto a su apariencia fisica o su comportamiento:se trata de seducir,la mayoria de las veces con menos exito que el deseado ya que tanto la apariencia como el comportamiento son inadecuados.

Preocupacion excesiva por su apariencia fisica:a favor o en contra,o sea soy "la diosa" o la que nada me importa pero no ocasionalmente,estudiado y calculado.

Necesidad de ser el centro de la atencion(egocentrismo):para ello sirve todo en algunos casos sentirse "docta" o superior en otros inspirar pena.

Baja tolerancia ante la frustracion o la dilacion de la gratificacion:lease "hice algo festejen" jamas importo si es bueno ,malo o si sirve o no alabemoslos....

Emociones rapidamente cambiantes que pueden parecer superficiales para otros:podran parecer superficiales para otros pero para ellos son su modo de sobrevivir,solo asi creen estar a la altura o en concordancia con las demas personas,tengan razon o no.

Las opiniones son facilmente influenciadas por otras personas ,pero dificiles de sustentar con detalles:o sea yo creo que tenes la suficiente capacidad entonces apoyo tu pensamiento pero si me piden que lo explique o defienda no se como o fallo en el intento porque en realidad no tengo las bases o el conocimiento .

Tendencia a creer que las relaciones son mas intimas de lo que realmente son:asumir grandes amistades sin ninguna realidad o conocimiento del otro o peor convivir con una persona sin jamas enterarse de sus verdaderos sentimientos,del porque de estos o de las espectativas del otro al respecto.


Estar junto a personas con estas características es agradable, hacen que los demás se sientan bien, útiles y e incluso en ocasiones necesarios. Cuando los rasgos marcados se centran exclusivamente en la seducción por la búsqueda de la aceptación, son personas que tienden a alcanzar exitosamente el reconocimiento, son risueños, divertidos, buscan fácilmente la broma, aun cuando internamente usen más energía de la que sería necesaria para conseguirlo. Cuando la seducción se centra más en la victimización, en mostrarse débiles incapaces, solicitando ayuda y protección, también consiguen con frecuencia ganarse a los demás, pero en este caso las consecuencias tienden sobre ellos y los que les rodean a ser negativas. Digamos que la tendencia aquí es a “estar bien estando mal”, y eso hace que realmente sea difícil estar verdaderamente bien.

Cuando los rasgos que aquí se describen toman el grado de trastorno, a menudo torna a estas personas incapaces de entender su propia situación y tienden por el contrario a sobreactuar y exagerar; además, generalmente culpan a otras personas de sus fracasos o decepciones. De esta manera les resulta más sencillo librarse del malestar sacándolo fuera.


Aun cuando hablemos de un trastorno de personalidad histriónico configurado, generalmente no afecta a la capacidad del individuo para funcionar adecuadamente en un ambiente social o laboral superficial. Sin embargo, los problemas a menudo se originan en relaciones más íntimas, que requieren compromisos más profundos.


Se hace recomendable buscar apoyo especializado si se presentan síntomas que sugieren la presencia de este trastorno, en especial si comienzan a afectar al bienestar de la persona, sus relaciones interpersonales o la capacidad para mantener un trabajo.


Madurez interior

Todo hombre es un ser social, abierto a los demás. Para cualquier persona, los otros son una parte importante de su vida. Su realización plena como persona está indefectiblemente ligada a otros, pues todos sabemos que la felicidad depende en mucho de la calidad de nuestra relación con quienes componen nuestro ámbito familiar, laboral, social, etc.

Sin embargo, no puede olvidarse que el hombre no sólo se relaciona con los demás, sino también consigo mismo: mantiene una frecuente conversación en su propia interioridad, un diálogo que se produce de forma espontánea con ocasión de las diversas vivencias o reflexiones personales que todo hombre se hace de continuo.

Y ese diálogo interior puede ser estéril o fecundo, destructivo o constructivo, obsesivo o sereno. Dependerá de cómo se plantee, de la clase de persona que se sea. Si uno tiene un mundo interior sano y bien cultivado, ese diálogo será alumbrador, porque proporcionará luz para interpretar la realidad y será ocasión de consideraciones muy valiosas. Si una persona, por el contrario, posee un mundo interior oscuro y empobrecido, el diálogo que establecerá consigo mismo se convertirá, con frecuencia, en una obsesiva repetición de problemas, referidos a pequeñas incidencias perturbadoras de la vida cotidiana: en esos casos, como ha escrito Miguel Angel Martí, el mundo interior deja de ser un laboratorio donde se integran los datos que llegan a él, y se convierte en un disco rayado que repite obsesivamente lo que con más intensidad ha arañado últimamente nuestra afectividad.

La relación con uno mismo mejora al ritmo del grado de madurez alcanzado por cada persona. Las valoraciones que hace una persona madura —tanto sobre su propia realidad como sobre la ajena— suelen ser valoraciones realistas, porque ha aprendido a no caer fácilmente en esas idealizaciones ingenuas que luego, al no cumplirse, producen desencanto. El hombre maduro sabe no dramatizar ante los obstáculos que encuentra al llevar a cabo cualquiera de los proyectos que se propone. Su diálogo interior suele ser sereno y objetivo, de modo que ni él mismo ni los demás suelen depararles sorpresas capaces de desconcertarle. Mantiene una relación consigo mismo que es a un tiempo cordial y exigente. Raramente se crea conflictos interiores, porque sabe zanjar sus preocupaciones buscando la solución adecuada. Tiene confianza en sí mismo, y si alguna vez se equivoca no se hunde ni pierde su equilibrio interior.

En las personas inmaduras, en cambio, ese diálogo interior de que hablamos suele convertirse en una fuente de problemas: al no valorar las cosas en su justa medida —a él mismo, a los demás, a toda la realidad que le rodea—, con frecuencia sus pensamientos le crean falsas expectativas que, al no cumplirse, provocan conflictos interiores y dificultades de relación con los demás.

Una persona madura y equilibrada tiende a mirar siempre con afecto la propia vida y la de los otros. Contempla toda la realidad que le rodea con deseo de enriquecimiento interior, porque quien ve con cariño descubre siempre algo bueno en el objeto de su visión. El hombre que dilata y enriquece su interior de esa manera, dilata y enriquece su amor y su conocimiento, se hace más optimista, más alegre, más humano, más cercano a la realidad, tanto a la de los hombres como a la de las cosas.


La espiral de la queja

A menudo quizá nos descubrimos quejándonos de pequeños rechazos, de faltas de consideración o de descuidos de los demás. Observamos en nuestro interior ese murmullo, ese gemido, ese lamento que crece y crece aunque no lo queramos. Y vemos que cuanto más nos refugiamos en él, peor nos sentimos; cuanto más lo analizamos, más razones aparecen para seguir quejándonos; cuanto más profundamente entramos en esas razones, más complicadas se vuelven.

Es la queja de un corazón que siente que nunca recibe lo que le corresponde. Una queja expresada de mil maneras, pero que siempre termina creando un fondo de amargura y de decepción.

Hay un enorme y oscuro poder en esa vehemente queja interior. Cada vez que una persona se deja seducir por esas ideas, se enreda un poco más en una espiral de rechazo interminable. La condena a otros, y la condena a uno mismo, crecen más y más. Se adentra en el laberinto de su propio descontento, hasta que al final puede sentirse la persona más incomprendida, rechazada y despreciada del mundo.

Además, quejarse es muchas veces contraproducente. Cuando nos lamentamos de algo con la esperanza de inspirar pena y así recibir una satisfacción, el resultado es con frecuencia lo contrario de lo que intentamos conseguir. La queja habitual conduce a más rechazo, pues es agotador convivir con alguien que tiende al victimismo, o que en todo ve desaires o menosprecios, o que espera de los demás —o de la vida en general— lo que de ordinario no se puede exigir. La raíz de esa frustración está no pocas veces en que esa persona se ve autodefraudada, y es difícil dar respuesta a sus quejas porque en el fondo a quien rechaza es a sí misma.

Una vez que la queja se hace fuerte en alguien —en su interior, o en su actitud exterior—, esa persona pierde la espontaneidad hasta el punto de que la alegría que observa en otros tiende a evocar en ella un sentimiento de tristeza, e incluso de rencor. Ante la alegría de los demás, enseguida empieza a sospechar. Alegría y resentimiento no puede coexistir: cuando hay resentimiento, la alegría, en vez de invitar a la alegría, origina un mayor rechazo.

Esa actitud de queja es aún más grave cuando va asociada a una referencia constante a la propia virtud, al supuesto propio buen hacer: "Yo hago esto, y lo otro, y estoy aquí trabajando, preocupándome de aquello, intentando eso otro... y en cambio él, o ella, mientras, se despreocupan, hacen el vago, van a lo suyo, son así o asá...".

Como ha escrito Henri J.M.Nouwen, son quejas y susceptibilidades que parecen estar misteriosamente ligadas a elogiables actitudes en uno mismo. Todo un estilo patológico de pensamiento que desespera enormemente a quien lo sufre. Justo en el momento en que quiere hablar o actuar desde la actitud más altruista y más digna, se encuentra atrapado por sentimientos de ira o de rencor. Cuanto más desinteresado pretende ser, más se obsesiona en que se valore lo que él hace. Cuanto más se esmera en hacer todo lo posible, más se pregunta por qué los demás no hacen lo mismo que él. Cuanto más generoso quiere mostrarse, más envidia siente por quienes se abandonan en el egoísmo.

Cuando se cae en esa espiral de crítica y de reproche, todo pierde su espontaneidad. El resentimiento bloquea la percepción, manifiesta envidia, se indigna constantemente porque no se le da lo que, según él, merece. Todo se convierte en sospechoso, calculado, lleno de segundas intenciones. El más mínimo movimiento reclama un contramovimiento. El más mínimo comentario debe ser analizado, el gesto más insignificante debe ser evaluado. La vida se convierte en una estrategia de agravios y reivindicaciones. En el fondo de todo aparece constantemente un yo resentido y quejoso.

¿Cuál es la solución a esto? Quizá lo mejor sea esforzarse en dar más entrada en uno mismo a la confianza y a la gratitud. Sabemos que gratitud y resentimiento no pueden coexistir. La disciplina de la gratitud es un esfuerzo explícito por recibir con alegría y serenidad lo que nos sucede. La gratitud implica una elección constante. Puedo elegir ser agradecido aunque mis emociones y sentimientos primarios estén impregnados de dolor. Es sorprendente la cantidad de veces en que podemos optar por la gratitud en vez de por la queja. Hay un dicho estonio que dice: "Quien no es agradecido en lo poco, tampoco lo será en lo mucho". Los pequeños actos de gratitud le hacen a uno agradecido. Sobre todo porque, poco a poco, nos hacen a uno ver que, si miramos las cosas con perspectiva, al final nos damos cuenta de que todo resulta ser para bien.


La carcoma de la envidia

Cervantes llamó a la envidia "carcoma de todas las virtudes y raíz de infinitos males. Todos los vicios —añadía— tienen un no sé qué deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabia".

La envidia no es la admiración que sentimos hacia algunas personas, ni la codicia por los bienes ajenos, ni el desear tener las dotes o cualidades de otro. Es otra cosa.

La envidia es entristecerse por el bien ajeno. Es quizá uno de los vicios más estériles y que más cuesta comprender y, al tiempo, también probablemente de los más extendidos, aunque nadie presuma de ello (de otros vicios sí que presumen muchos).

La envidia va destruyendo —como una carcoma— al envidioso. No le deja ser feliz, no le deja disfrutar de casi nada, pensando en ese otro que quizá disfrute más. Y el pobre envidioso sufre mientras se ahoga en el entristecimiento más inútil y el más amargo: el provocado por la felicidad ajena.

El envidioso procura aquietar su dolor disminuyendo en su interior los éxitos de los demás. Cuando ve que otros son más alabados, piensa que la gloria que se tributa a los demás se la están robando a él, e intenta compensarlo despreciando sus cualidades, desprestigiando a quienes sabe que triunfan y sobresalen. A veces por eso los pesimistas son propensos a la envidia.

Wilde decía que "cualquiera es capaz de compadecer los sufrimientos de un amigo, pero que hace falta un alma verdaderamente noble para alegrarse con los éxitos de un amigo". La envidia nace de un corazón torcido, y para enderezarlo se precisa de una profunda cirugía, y hecha a tiempo.

Para superar la envidia, es preciso esforzarse por captar lo que de positivo hay en quienes nos rodean: proponerse seriamente despertar la capacidad de admiración por la gente a la que conocemos.

Hay muchas cosas que admirar en las personas que nos rodean. Lo que no tiene sentido es entristecerse porque son mejores, entre otras cosas porque entonces estaríamos abocados a una tristeza permanente, pues es evidente que no podemos ser nosotros los mejores en todos los aspectos.

La envidia lleva también a pensar mal de los demás sin fundamento suficiente, y a interpretar las cosas aparentemente positivas de otras personas siempre en clave de crítica. Así, el envidioso llamará ladrón y sinvergüenza a cualquiera que triunfe en los negocios; o interesado y adulador a aquél que le está tratando con corrección; o, como muestra de envidia más refinada, al hablar de ése que es un deportista brillante, reconocido por todos, dirá: "ese imbécil, ¡qué bien juega!".

Admirarse de las dotes o cualidades de los demás es un sentimiento natural que los envidiosos ahogan en la estrechez de su corazón.


El confort de la derrota

El victimista suele ser un modelo humano mezquino, de poca vitalidad, dominado por su afición a renegar de sí mismo, a retirarse un poco de la vida. Una mentalidad que —como ha señalado Pascal Bruckner— hace que todas las dificultades del vivir del hombre, hasta las más ordinarias, se vuelvan materia de pleito. El victimista se autocontempla con una blanda y consentidora indulgencia, tiende a escapar de su verdadera responsabilidad, y suele acabar pagando un elevado precio por representar su papel de maltratado habitual.

El victimista difunde con enorme intensidad algo que podríamos llamar cultura de la queja, una mentalidad que —de modo más o menos directo— intenta convencernos de que somos unos desgraciados que, en nuestra ingenuidad, no tenemos conciencia de hasta qué punto nos están tomando el pelo.

El éxito del discurso victimista procede de su carácter incomprobable: no es fácil confirmarlo, pero tampoco desmentirlo. Es una actitud que induce a un morboso afán por descubrir agravios nimios, por sentirse discriminado o maltratado, por achacar a instancias exteriores todo malo que nos sucede o nos pueda suceder.

Y como esta mentalidad no siempre logra alcanzar los objetivos que tanto ansía, conduce a su vez con facilidad a la desesperación, al lloriqueo, al vano conformismo ante el infortunio. Y en vez de luchar por mejorar las cosas, en vez de poner entusiasmo, esas personas compiten en la exhibición de sus desdichas, en describir con horror los sufrimientos que soportan.

La cultura de la queja tiende a engrandecer la más mínima adversidad y a transformarla en alguna forma de victimismo. Surge una extraña pasión por aparecer como víctima, por denunciar como perversa la conducta de los demás. Para las personas que caen en esta actitud, todo lo que les hacen a ellos es intolerable, mientras que sus propios errores o defectos son sólo simples futilezas sin importancia que sería una falta de tacto señalar.

Hay básicamente dos maneras de tratar un fracaso profesional, familiar, afectivo, o del tipo que sea. La primera es asumir la propia culpa y sacar las conclusiones que puedan llevarnos a aprender de ese tropiezo. La segunda es afanarse en culpar a otros, buscar denodadamente responsables de nuestra desgracia. De la primera forma, podemos adquirir experiencia para superar ese fracaso; de la segunda, nos disponemos a volver a caer fácilmente en él, volviendo a culpar a otros y eludiendo un sano examen de nuestras responsabilidades.

Cuando una persona tiende a pensar que casi nunca es culpable de sus fracasos, entra en una espiral de difícil salida. Una espiral que anula esa capacidad de superación que siempre ha engrandecido al hombre y le ha permitido luchar para domesticar sus defectos; un círculo vicioso que le sumerge en el conformismo de la queja recurrente, en la que se encierra a cal y canto. La victimización es el recurso del atemorizado que prefiere convertirse en objeto de compasión en vez de afrontar con decisión lo que le atemoriza.

Una vieja especie: el opinador

El opinador es un personaje que acostumbra a opinar sobre cualquier cuestión, y con una soltura olímpica. No es que sepa mucho de muchas cosas, pero habla de todas ellas con un aplomo que llama la atención. Nada escapa del perspicaz análisis que hace desde la atalaya de su genialidad.

¿Es que acaso no tengo libertad para opinar?, dirá nuestro personaje. Y darán ganas de responderle: libertad sí que tienes, lo que te falta es cabeza; porque la libertad, sin más, no asegura el acierto.

Pertenecer al sector crítico y contestatario es para esas personas la mismísima cima de la objetividad.

Es cierto, indudablemente, que la crítica puede hacer grandes servicios a la objetividad. Pero la crítica, para ser positiva, ha de atenerse a ciertas pautas. Detrás de una actitud de crítica sistemática suelen esconderse la ignorancia y la cerrazón. Si hay algo difícil en la vida es el arte de valorar las cosas y hacer una crítica. No se puede juzgar a la ligera, sobre indicios o habladurías, o sobre valoraciones precipitadas de las personas o los problemas.

La crítica debe analizar lo bueno y lo malo, no sólo subrayar y engrandecer lo negativo. Un crítico no es un acusador, alguien que se opone sistemáticamente a todo. Para eso no hacer falta pensar mucho, bastaría con defender sin más lo contrario a lo que se oye, y eso lo puede hacer cualquiera sin demasiadas luces. Además, también es muy cómodo, como hacen muchos, atacar a todo y a todos sin tener que defender ellos ninguna posición, sin molestarse en ofrecer una alternativa razonable —no utópica— a lo que se censura o se ataca.

Además, quienes están todo el día hablando mal de los demás, tienen que amargarse ellos también un poco la vida. Parece como si vivieran proyectando su amargura alrededor. Como si de su desencanto interior sobrenadaran vaharadas de crispación que les envuelven por completo. Les disgusta el mundo que les rodea, pero quizá sobre todo les disgusta el que tienen dentro. Y como son demasiado orgullosos para reconocer culpas dentro de ellos, necesitan buscar culpables y los encuentran enseguida.

El victimismo no afecta solo a personas individuales,tambien existe victimismo colectivo,regional,actual y racial.




martes, 13 de octubre de 2009

El manipulador





El término manipulador puede abarcar una categoría de desorden psíquico, susceptible de afectar a individuos de todos los orígenes sociales. El manipulador puede aparecer como simpático o no, incluso como una víctima. Parece que cada uno es más o menos manipulador en el curso de su vida.
De acuerdo a estas definiciones, se pueden distinguir diferentes tipos de manipuladores: aquellos que utilizan a otros sin remordimientos, con un objetivo narcisista de poder, de estafa comercial o con mala intención. Pueden apoyarse en la mentira o en la seducción, incluso en la coacción por la amenaza o la fuerza, o incluso desestabilizando a su víctima por la doble coacción. La manipulación psíquica puede ser una de las herramientas de ciertas formas de tortura.
Puede tratarse de un comportamiento entendido como desviado o perverso, de un desorden de la personalidad, cuyas causas se remontan a la infancia o a la educación del manipulador, por ejemplo, si él mismo ha sido manipulado por sus padres o educadores. Los psicólogos se ven frecuentemente confrontados a comportamientos manipuladores en los sistemas familiares o socio-profesionales.
La manipulación mental podría ser una forma particular de egoísmo. A menudo, el manipulador demanda de los demás un comportamiento socialmente aceptable, sin adecuarse ellos mismos. Se apropia de las ideas de otro, intentando inversamente hacer tomar a otro sus propias responsabilidades. Los argumentos de un manipulador parecen siempre, a primera vista, lógicos y morales. Habitualmente, utiliza pretextos tales como que la norma, el « buen comportamiento » que se debe tener en la sociedad o el grupo, sabiendo utilizar los puntos débiles de los otros, haciendo por ejemplo que se sientan ridículos, culpables o heridos en su pudor, lo cual los ubica o mantiene en una situación mental favorable a la manipulación.
La manipulación mental se apoya de manera recurrente en diversos registros:
• el registro emocional ; el miedo, la angustia, la vergüenza, el pudor, la timidez, la esperanza, la necesidad de reconocimiento y de justicia, la confianza, el lazo familiar, la amistad, la necesidad de amor, el deseo, la conciencia profesional... son sentimientos que pueden ser explotados por el manipulador;
• la explotación del sesgo cognitivo por informaciones falsas, las simplificaciones o jerga retórica y los sofismos o las órdenes paradojales;
• presiones físicas o psíquicas, repetidas o continuas, individuales o en una dinámica de grupo que el manipulador busca controlar;
• el mantenimiento de roles de tipo chivo expiatorio, donde un grupo se convierte en "perseguidor" de una víctima que el manipulador mantiene aislada con el apoyo más o menos inconsciente o consciente del grupo;
• el registro de la dominación que se desarrolla en el miedo y los principios de « recompensa », « castigo » y de sumisión.
Una mala autoestima, el sentimiento de culpa o de inferioridad vuelven a los individuos mucho más vulnerables a la manipulación, así como otros factores o contextos tales como:
• la depresión, que puede ella misma resultar de la manipulación mental;
• un schock traumático y las situaciones de pérdida de referencias (pérdida de padres, muerte de uno o varios próximos, ruptura, divorcio, pérdida del empleo, exilio, atentado, violación, prisión, situación de guerra, enfermedad, acusaciones graves e injustas, incitaciones a la violencia, etc.);
• un trauma reprimido que haya tenido lugar en la infancia (teoría Freudiana / Jungiana) ;
• una esquizofrenia o esquizoidea del individuo;
• ciertas sustancias químicas, drogas, medicamentos o toxinas, incluyendo el alcohol, que atenúan la lucidez y parecen poder volver a los individuos más vulnerables a la manipulación mental, al menos provisoriamente;
• la edad : los niños y los jóvenes son reputadamente más influenciables y, por tanto, potencialmente manipulables, pero las personas mayores (especialmente las dependientes) también pueden ser sensibles a los argumentos fundamentados en el miedo, la dependencia, la muerte, etc.
Contrariamente a una idea expandida, un buen nivel de estudios y una buena situación social no protegen de ciertas formas de manipulación.
Por el contrario son presa fácil cuando no tienen apoyo y el manipulador es quien debería dárselo; o cuando el manipulador es quien detenta la autoridad.Hablando de casos especificos podriamos hablar de la "autoridad" o no de un padre o madre,de las presiones constantes en el trabajo donde muchas veces somos obligados por la necesidad y el miedo a perder el sustento,en la religión donde por años nos meten en una horma que nos dice que es bueno y que es malo negandonos el derecho a la libre opinión que no tiene porque estar reñida con la fe.
La manipulación en síntesis nos toca a todos en mayor o menor medida pero "El manipulador" es el que instrumentaliza eso para su provecho,alguien que utiliza a los demas para ser o dejar de ser,para asumir o evadir su realidad.

jueves, 18 de junio de 2009

El despecho

¡Perdí mi corazón!
Que alguien me explique por qué me siento así...
El Despecho

Se acabó…
Se terminó…
¿Ahora qué…?

Todos hemos sentido en algún momento que hemos encontrado “nuestra media naranja”, el "amor de nuestra vida" y hemos deseado que la relación con esa persona que sentimos tan especial, dure también para siempre. Pero la experiencia y las estadísticas demuestran que el amor eterno es más una excepción que una regla.
A lo largo de nuestras vidas tendremos que enfrentarnos con alguna que otra crisis sentimental y siempre ayuda saber que no somos lo únicos y que es normal pasarlo mal en esta situación.
Cuando una relación se acaba, por mucho que nos empeñemos en disimular nuestros sentimientos, el dolor que nos produce la herida, a cualquier edad, puede ser una de las experiencias más duras, más difíciles que podamos pasar.
Tristeza, apatía, cambios de comportamiento, frustración, culpa, rencor. Todos tenemos ciertos sentimientos y emociones relacionados con la ruptura. Sería preocupante no tenerlos. Son vivencias de desamor o shock sentimental que la gente suele llamar DESPECHO.
El despecho es inevitable. Su intensidad y duración pueden variar de acuerdo a la duración del vínculo, las causas que provocaron el alejamiento, el apego de cada uno y las consecuencias de la ruptura y de la forma en que se percibe y se vive el fin de la relación.
Al inicio, la crisis es la más grave, porque no se han desarrollado todavía los mecanismos necesarios para hacer frente a la situación. Aunque hay diferencias individuales, al comienzo son las emociones las que nos dominan y vivimos la ruptura con gran tristeza y culpa. Luego sentimos rencor y es al “otro” al que vemos culpable. Culparnos o culpar al otro son dos estados que pueden irse alternando mientras no vemos la realidad tal como es.

Si en medio de la adversidad
persevera el corazón con serenidad,
con gozo y con paz,
esto es amor.
Sta. Teresa de Jesús


El despecho es como
el dolor de una herida
que tiene que cicatrizar.

En el DESPECHO, los sentimientos y emociones que conllevan las rupturas al igual que las circunstancias que las rodean son muy semejantes a las que se experimentan con la pérdida de un ser querido. Por muy doloroso que sea, es un fenómeno normal con una evolución y sus fases. Es un período denominado DUELO, en el cual uno tiene que adaptarse a vivir y a ser feliz de nuevo sin la persona amada.
Ante la pérdida sentimos que nuestro mundo, nuestra vida, se transforma, ya nada es igual. Nuestros sentimientos tienden a determinar nuestro humor, nuestras actitudes y nuestras decisiones. Nos sentimos inmersos en un laberinto de confusión y angustia que pareciera no tener fin. Hay momentos en que nos sentimos mejor, pero llegan otros momentos en que vuelve la angustia y la tristeza.
Podemos sentir aturdimiento, represión, soledad, frustración, pánico, rabia, culpa, alivio, apatía, intranquilidad, cambios de humor, paralizamos nuestras actividades, desarrollamos la esperanza de una reconciliación o de una satisfacción. Sentimos desorganización y desesperación por la pérdida sufrida.
Tenemos síntomas de estrés como fatiga, insomnio, dolor de cabeza, pesadillas, problemas en el estómago, sensación de un nudo en la garganta. Desinterés, falta de concentración, no se para de hacer algo, apatía, imágenes que de pronto vienen a la mente sin quererlo, sin que nos demos cuenta y crean intranquilidad y angustia. Tenemos la sensación de oír o ver al ser amado sin que éste esté presente, sin quererlo, sin desearlo.
Con el paso del tiempo las emociones se tranquilizan y vemos las cosas de una manera mas realista. Vamos sintiéndonos más independientes, menos tristes, menos resentidos, menos culpables y vamos encontrando nuevas formas de disfrutar.
El duelo por la pérdida no se puede resistir. Es un proceso que va elaborándose poco a poco y no es fácil ni inmediato, ni tampoco es igual para todas las personas. Hay que asimilarlo, comprenderlo, aprender a superarlo. Es como el dolor de una herida abierta que tenemos que soportar, que necesita lavarse y curar para que comience a cicatrizar.
No es fácil atravesarlo, pero es importante saber que como toda vivencia dolorosa, algún día pasará y será sólo un recuerdo, una cicatriz que probablemente molestará de vez en cuando,
Recuperarnos depende de nosotros mismos. Solo requiere de tiempo, energías y voluntad para resolverlo. Con el tiempo y la confianza que tengamos en nuestros recursos para salir adelante, aprendiendo a vivir sin la persona amada y abriéndonos a nuevas relaciones, poco a poco, la herida se irá cerrando.
Nos podemos demorar algún tiempo y esto depende de nuestra personalidad, de la intensidad y calidad de nuestros sentimientos, de las circunstancias que nos llevaron a la ruptura, del apoyo y comprensión que encontramos en amigos y en familiares, del poder comunicar nuestros pensamientos, nuestras ideas y sentimientos a los demás con libertad y confianza y sin temores. De poder afrontar y resolver los problemas que suceden al mismo tiempo y que podrían empeorar nuestra situación.
De enfrentar la realidad con autonomía, con libertad, aceptando nuestros errores y dificultades, sin idealizar a la persona, sin idealizar nuestra relación. Viéndonos a nosotros mismos tal como somos, sin afeites, sin poses.
Retomando nuestra vida, aceptándonos tal como somos, con nuestros defectos, con nuestras virtudes. Queriéndonos a nosotros mismos y abriéndonos a las oportunidades con fe y esperanza en el futuro, Perdonando y olvidando sin rencor, sin pena, sin culpa, volveremos a amar y a ser amados.

Enfrenta la realidad.
Busca soluciones.
Toma decisiones.
Así irás colocando la cura que necesitas
para que tu herida cicatrice.


El estrés que nos causa
el despecho…
Los seres humanos necesitamos dar y recibir amor y apoyo emocional para poder desarrollarnos en forma saludable y provechosa, por ello requerimos de la unión y la compañía de una pareja y de la familia.
La ruptura de una relación amorosa es causa de tensión y malestar. El impacto emocional que esta situación causa en el individuo crea un estrés de grandes proporciones con reacciones emocionales, físicas y de comportamiento que son esperadas y son parte de un proceso al que llamamos duelo.
Nuestra forma de reaccionar ante los conflictos, problemas, demandas, peligros y situaciones que consideramos inesperadas, sorpresivas, adversas o dolorosas, viene determinada por una aptitud innata de lucha o huida, cuando los estímulos que nos llegan son interpretados como amenazantes o estresantes. Como reacción a esta percepción, se produce en nuestro cuerpo un estado de gran tensión nerviosa.
La reacción inicial (shock) ante una situación estresante es responder con temor, con un fuerte disgusto, frustración o con la determinación de luchar contra él. Los siguientes son los síntomas más evidentes cuando nos sentimos amenazados o estresados:
Las pupilas se agrandan para mejorar la visión; el oído se agudiza; los músculos se tensan para responder al desafío; la sangre es bombeada al cerebro para aumentar la llegada de oxigeno a las células y favorecer los procesos mentales; las frecuencias cardiaca y respiratoria aumentan; la sangre se desvía preferentemente hacia la cabeza y el tronco, las extremidades y sobre todo a las manos y los pies, los que se perciben fríos y sudorosos.
Ante estos síntomas, la persona tiende a responder con más temor y frustración o a luchar contra los síntomas. Esto le crea mayor tensión y mayor malestar y sobreviene en agotamiento.
Si no se libera al organismo de estos cambios ocurridos durante la fase de reconocimiento y consideración de la amenaza, el estrés se transforma en una reacción prolongada e intensa y se entra en un estado de estrés crónico que puede desencadenar serios problemas físicos y psicológicos.
El impacto emocional causado por la ruptura y la pérdida, genera en nosotros una serie de emociones y reacciones que van desde la fatiga prolongada y el agotamiento hasta dolores de cabeza, gastritis, úlceras, etc., pudiendo ocasionar incluso trastornos psicológicos.
Cuando uno se siente estresado y añade aun más estrés, los centros reguladores del cerebro tienden a hiper-reaccionar ocasionando desgaste físico, crisis del llanto, y potencialmente depresión.
El estrés crónico puede producir: Aumento de la susceptibilidad a los resfríos; riesgo de problemas cardiacos, presión arterial alta, diabetes, asma, ulceras, colitis y cáncer; aumento del azúcar en sangre, colesterol y liberación de ácidos grasos en la sangre; aumentan los niveles de corticoides; disminuye el riego sanguíneo periférico, disminuye el sistema digestivo.
Con frecuencia el estrés se asocia a trastornos psicológicos como la ansiedad y la depresión. También produce incapacidad para tomar decisiones, sensación de confusión, incapacidad para concentrarse, dificultad para dirigir la atención, desorientación, olvidos frecuentes, bloqueos mentales entre otros.
Debemos prevenir entonces, el agotamiento y la enfermedad que nos podría causar el estrés ante una ruptura, una sepración.
En esos momentos tan críticos, no te alarmes, no te desesperes, no aumentes más tensión a tu organismo. Acepta las reacciones y cambios que estas experimentando. Son reacciones normales de tu organismo a una situación que sientes amenazante --“sobrevivir al fin de una relación”.
Tranquilízate, son reacciones pasajeras que con tiempo y descanso irán desapareciendo.
Relájate. Mantén una conversación interna contigo mismo. Dile a cada músculo, a cada parte de tu cuerpo que se relajen. Recuéstate, cierra los ojos y toma un breve descanso. Ten paciencia y espera unos cuantos días para que tu organismo se recupere y los síntomas desaparezcan.

La amargura tiene el poder de destruirnos.
Aquel que vive amargado no se lleva bien
ni siquiera consigo mismo.
Aquel que está lleno de rabia y de ira
no se perdona ni a sí mismo y
menos perdona a los demás.


Paso a paso
voy elaborando mi duelo
y me voy sintiendo mejor
La ruptura de una relación sentimental es un proceso doloroso que produce en nosotros reacciones a nivel físico, emocional, mental, espiritual y social. Tiene su inicio y su fin y es vivido de manera similar en todos nosotros.
Este proceso, llamado duelo, pasa por diferentes fases o etapas que necesariamente tienen que fluir para superar todas esas emociones, sensaciones y reacciones que nos causa el despecho.
Schock, negación, pena, tristeza, adjudicación de la culpa, resignación, reconstrucción y resolución, son fases de este proceso que detallamos a continuación:
1. Fase de insensibilidad o shock. Negación, parálisis
Cuando sobreviene la ruptura, nos paralizamos. La mente bloquea la realidad y tenemos la impresión de que no es verdad lo que nos está sucediendo. Se tiene la sensación y el pensamiento de que todo es un sueño o una pesadilla y se desea despertar.
Uno siente que no puede o no quiere aceptar la ruptura y nos desentendemos de la situación por un breve período de tiempo — pueden ser horas o semanas — con algunas interrupciones o con episodios de tristeza o cólera.
En este estado, incapaces de manejar adecuadamente nuestras emociones por el dolor que nos causa la herida, nos sentimos desorientados. Podemos reaccionar inadecuadamente a las situaciones, mostrarnos impacientes y poco tolerantes, tener explosiones de carácter, llanto o aislamos o alejamos de la vida social.
Nuestras emociones se manifiestan sin contacto real con lo que nos rodea y no se está en condiciones de tomar decisiones importantes. Vivimos, nos movemos, seguimos nuestra rutina diaria, nuestro estilo de vida en forma automática, pero con ansiedad y temor.
2. Fase de anhelo y búsqueda de la persona amada. Protesta, ilusión y esperanza.
Al cabo de un tiempo, empezamos a enfrentar la realidad, aunque sea por momentos, pero no la aceptamos pues el desconcierto es profundo.
Anhelamos que la persona vuelva y nos negamos a aceptar que la ruptura o la pérdida durarán. “Esto no me está sucediendo… va a volver… se le va a pasar… es solo una rabieta… es mentira… ya volverá…”, son pensamientos que surgen como mecanismo de autoprotección.
Es una fase de protesta en la que se puede realizar esfuerzos intensos por mantener contacto con el ser amado. Buscamos formas y acciones para restablecer la relación, y nos sentimos ansiosos, esperanzados. Sentimos anhelo, incredulidad no queremos aceptar la realidad.
Enfrentar la realidad no es fácil, nos lleva algún tiempo e implica no sólo la aceptación razonable del hecho, sino también su aceptación emocional. Podemos ser intelectualmente conscientes de la ruptura mucho antes que las emociones nos permitan aceptar plenamente que ésta ocurrió.
3. Fase de Frustración y desamparo. Enojo y culpa.
Comienza cuando la negación comienza a decaer y vamos aceptando que la ruptura ocurrió y que no podemos hacer nada para recuperar lo perdido.
Al empezar a afrontar la realidad, surge también la culpa. Se recuerda, con resentimiento, las cosas que se hicieron con el ser amado cuando aún estaban juntos. Se idealiza el pasado y se culpa y responsabiliza a uno mismo, al otro, a las circunstancias, a otras personas, por faltas, asuntos no terminados o errores que se cometieron. Nos sentimos enojados, molestos con nosotros mismos, con el otro y con los demás. Todo nos fastidia, todo nos molesta.
No todas las personas expresan el enojo o la rabia de la misma manera. Algunos podrán expresar sus emociones a personas de su confianza y así lograr manejar adecuadamente sus emociones, otros se sumirán en la tristeza, la depresión y hasta la desesperación, otros podrán reaccionar sin control y violencia, otros podrán reprimirla y manifestar síntomas más graves de estrés.
Si el enojo no se ventila y se expresa verbalmente, la culpa puede obstruir la expresión del enojo y transformarse en ira reprimida con consecuencias en la salud física y mental de la persona, perjudicando además sus relaciones con otras personas.
4. Fase de desorganización desesperanza y desespero. Conciencia de pérdida y soledad.
Durante esta fase, el dolor que se sufre es el más profundo. La persona encuentra difícil funcionar en su medio sin el otro y comienza a sentir una gran desorganización
El impacto de la ruptura se torna en una realidad constante. El sentimiento de pérdida se apodera del ánimo del despechado. La realidad llega a ser abrumadora y se acentúa cada vez que los detalles cotidianos traen el recuerdo de la persona amada. Algo está ausente, algo falta... El enfrentamiento con la realidad nos crea sentimientos de pérdida y de soledad.
Durante esta fase, sentimos que es difícil vivir, actuar como lo hacíamos antes, funcionar en nuestro medio sin la otra persona y comenzamos a sentir una gran desorganización.
Nos sentimos enfermos, confundidos, culpables por la ruptura o las circunstancias por las que sucedió la separación. Nos sentimos incapaces de funcionar como lo hacíamos antes.
Soñamos con la persona amada, presentamos olvidos frecuentes, nos sentimos amargados, frustrados, reaccionamos con hostilidad. Nos aislamos, tratamos de evitar cosas, lugares, personas que nos hagan recordar a la otra persona. Presentamos trastornos del sueño, trastornos en la alimentación. Podemos presentar crisis de llanto, malestar corporal, depresión. Nada nos emociona, nada nos gusta, nada nos conmueve.
Vivimos además una gran variedad de emociones: tristeza, rabia, odio, culpa, ansiedad, impotencia, miedo e inclusive alivio o tranquilidad o deseos de venganza, de hacer algo para que la otra persona sienta lo que estamos sintiendo. Sentimos celos, desconfianza, inseguridad, faltos de valor, sentimientos de inferioridad. Nuestra autoestima baja y no sentimos que no somos nada ni nadie. Pensamos que no podremos vivir sin la otra persona. Es el enojo que surge por el sentimiento de frustración y desamparo que nos está causando el despecho.
Esta fase es peligrosa para el que sufre. Anhela llenar el vacío que siente. Se olvidan las faltas o defectos de la persona amada y se le atribuyen cualidades excepcionales. El peligro se da cuando el doliente transfiere esas cualidades a otra persona o cree que nunca encontrará otra persona como la que perdió.
Es necesario hacer fluir sanamente el dolor de la ruptura enfrentándola tal como se da, para así recobrarnos de la pérdida y de la soledad sin paralizarnos, sin reemplazar, sin generalizar, evadir o luchar contra el proceso.
5. Fase de conducta reorganizada. Alivio y restablecimiento.
A medida que vamos fortaleciéndonos y restableciéndonos de la pérdida, volvemos a darle sentido a nuestra vida, vemos el futuro con más confianza y seguridad en nosotros mismos, gozamos más el presente. El recuerdo de la persona y de la ruptura se va haciendo menos doloroso.
Esta etapa se va desarrollando lentamente, mientras vamos aprendiendo a manejar nuestros sentimientos y emociones. Vamos sintiendo alivio al ir deshaciéndonos de la culpa y del enojo y vemos la ruptura, la situación tal como sucedió en realidad.
Empezamos a organizar nuestra vida, a sentirnos más cómodos viviendo, moviéndonos sin la otra persona --¡estamos viviendo nuestra vida sin el otro y seguimos viviendo!--. Con esto no estamos renunciando al recuerdo, estamos colocando a la persona en el lugar adecuado en nuestra memoria. Enfrentamos la realidad y continuamos viviendo de manera eficaz en este mundo.
El duelo, aunque nos disguste, debemos vivirlo. Es como la herida que si no se lava, se cura o se sana a medias va a presentar complicaciones y problemas en el futuro. Debemos dejar que el proceso fluya.
Nunca borraremos de nuestra memoria a la persona que ha estado cerca de nosotros, de nuestra historia. Se trata de encontrarle un lugar adecuado en nuestros sentimientos y abrirnos hacia los otros, hacia un mundo lleno de oportunidades y esperanzas.
La ruptura, la separación, el duelo, no se supera, uno se recupera y esto molesta de vez en cuando, como lo hace cualquier herida. Sin embargo habremos aprendido de la experiencia. A vivir sin la angustia, sin la culpa, sin el enojo, con nuestra realidad, nuestra personalidad, nuestros recursos, nuestro sentido de la vida, para nuevamente amar y ser amados.

SEÑOR:
Enséñame a aceptar las cosas que no puedo cambiar.
Dame valor para cambiar aquellas que puedo y
sabiduría para aceptar la diferencia.
Alcoholicos Anónimos (A A)


Cuando el dolor
no se procesa...
Ante la ruptura de una relación es imprescindible normalizar nuestra vida lo antes posible y evitar desarrollar pautas de conducta destructivas que el común de la gente emplea como paliativo para mitigar su pena.
Se intenta escapar del dolor aferrándonos a fantasías que poco o nada tienen que ver con la realidad y posponemos el momento en que tendremos que enfrentemos a esa “profunda sensación de fracaso e insuficiencia” y al “sentido de pérdida”, que es parte del proceso que tenemos que vivir.
Ilusionarnos o tener fantasías es hasta cierto punto normal y su contenido variará según cual haya sido nuestro papel tanto durante la relación, como en la ruptura: rechazado o rechazador.
Nuestra mente muchas veces nos juega malas pasadas y construimos una imagen de nosotros mismo y de la otra persona que no se ajusta a los hechos, a las circunstancias, a la vida que lleváramos con esa persona y a los motivos de la ruptura. La idealizamos, la desmerecemos, culpamos a otros de la situación, nos culpamos a nosotros mismos y con esa culpa vivimos infelices añorando algo que ya se perdió y que probablemente nunca se recupere.
Muchos toman posturas extremas a la hora de asignar culpas. Unos se asumen culpables de todo, de lo que se ha hecho y de lo que les han hecho o han dejado de hacer. Otros no asumen responsabilidades y consideran que toda la culpa la tiene el otro, asumiendo ser una pobre víctima de las circunstancias. Se suele además descalificar a la otra persona pensando que así podrás recuperarse de la crisis que estás atravesando.
Engañarnos a nosotros mismo y utilizar cualquier mecanismo que nos aleje de e la realidad retrasará nuestro proceso de “curación”, ya que si bien en un momento podremos “consolarnos” con este tipo de engaño, en nuestro interior siempre se revelará la parte de nosotros que conoce la verdad.
Si pensamos que la soledad, el alcohol o las drogas, huir a otro lugar, consolarnos con relación accidentales, nos pueden aliviar, estamos muy equivocados. No nos ayudarán, nos enfermaremos y tendremos mayores problemas.
El alcohol y las drogas nos alejan de la realidad, nos hunden y nos enferman. La soledad deprime, nos aparta de otras personas que nos quieren y se preocupan de nosotros y también enferma.
Tampoco servirá confiar en personas inadecuadas, charlatanes, gente de poca confianza, pues no nos aportarán protección, apoyo o soluciones. Es preferible hablar de nuestro dolor, de nuestros sentimientos con personas de confianza que nos apoyen y nos comprendan
Entablar una nueva relación prematuramente, sin haber resuelto el duelo no es saludable ni para ti ni para la otra persona. “Un clavo no saca a otro clavo”, Es probable que cada vez que te sientas “enamorado” en realidad estarás “necesitado”. En lugar de enfrentar el dolor, estarás buscando a una persona que te cuide o te acompañe para que el tiempo pase más rápido y no estar solo, pero no a una pareja.
No es tampoco una solución aislarse, huir y dejarlo todo. El dolor lo llevamos por dentro, nos seguirá a donde vayamos y eso nadie lo puede cambiar.
Hay personas que insistentemente se mantienen apegados al pasado sin darse oportunidad para construir un futuro. Encuentran la ruptura, tan dolorosa que hacen un pacto consigo mismos para no volver a querer, no volver a sentir no volver a amar. Cierran puertas, no se dan oportunidad para superar su dolor y establecer una relación que le proporcione amor, compañía, protección, apoyo tan necesario para una vida sana, para una vida tranquila y feliz. El amar a otras personas y continuar viviendo no significa querer menos o no querer de verdad.
Algunos se torturan escuchando música o contemplando objetos, lugares que insistentemente le hacen recordar a la otra persona, sin darse oportunidad para afrontar la realidad y vivir su dolor con dignidad.
No llames si no quieren escucharte, no busques si no te quieren encontrar. Esto prolonga tu dolor, lo convierte en obsesión, baja tu autoestima y hace que tu vida y la del otro sean un infierno
Otros reaccionan imponiéndose, tratando por todos los medios de lograr que se reanude la relación. La violencia, el chantaje, la manipulación, no conduce a nada. Nos hace vivir un infierno, nos trae graves problemas. Este comportamiento genera odio, resentimiento, enfermedad.
Estacionarse en una de las fases del duelo significa detener el proceso y seguir sufriendo, Deja que el despecho se elabore. No te detengas, deja que fluya y trabaja en tus emociones y sentimientos en cada etapa. Desarrolla las técnicas necesarias para manejar mejor tus emociones
Cuando el duelo no se resuelve positivamente, se vuelve crónico y no nos recuperamos. Lo que distingue el duelo normal del anormal, es la intensidad y duración de las reacciones en el tiempo. En el duelo anormal el proceso queda bloqueado y el dolor no es elaborado.
Si los sentimientos de fracaso e insuficiencia se apoderan de nosotros, es importante recordar que somos responsables de nuestra propia conducta y que no podemos cambiar la conducta de la pareja, a menos que ésta quiera. Tu única preocupación deberán ser los cambios que tu necesitas hacer en tu vida.
El amor no se obliga. Es más saludable vivir nuestro duelo, nuestro despecho y salir adelante sin rencor, sin culpa. Perdonando y olvidando. Viviendo y dejando vivir.


Hay que ver lo positivo del fracaso.
Tómalo como un aprendizaje.
“No hay mal que por bien no venga”.
Piensa que aunque sientas que se te cierran las puertas,
siempre habrá alguna
que tarde o temprano se abrirá para ti
e incluso con mejores oportunidades.


Qué hacer para soportar...
para superar tanta angustia,
tanto dolor!!!

No todas las personas reaccionan igual ante la ruptura amorosa. Pensar que nuestro mundo se ha vuelto confuso e inseguro, que tenemos sentimientos y emociones encontradas, que sentimos rabia, cólera y tristeza a la vez, es normal en estas circunstancias.
Deja que tus emociones fluyan, acéptalas, son propias del duelo. La rabia, la cólera, la tristeza, el desconcierto, la impotencia, son emociones naturales que así como aparecen también se agotan y desaparecen. Todos la sufrimos. Son parte de nuestro dolor. Si te opones a ellas van a aparecer con más intensidad y el dolor será más agudo, no lo podrás soportar y enfermarás.
Siente tus emociones como algo desagradable que tiene que suceder. Acéptalas como parte de tu dolor, vívelas, verás que en el futuro te rendirán muchos beneficios.
Ante la emoción de rabia, de cólera, vívela, siéntela, pero sin hacerte daño ni hacer daño al otro o a otros. No hagas al otro o a otros recipiente de tu cólera, no tienes derecho aún sí el comportamiento de esa persona te haya afectado profundamente. No es necesario.
No des paso a la ira, si estas muy cargado de rabia, de rencor, golpea un colchón o un cojín, un muñeco, grita, insulta con todas tus fuerzas, siempre y cuando estés a solas y no lo hagas para herir o agredir a alguien No tienes derecho a hacerlo.
La violencia, la manipulación el querer imponer una situación o dirigir tu rencor, tu hostilidad hacia otras personas inocentes, crea problemas, causa tristeza y dolor en quien no lo merece. Terminas solo, frustrado, con un dolor más intenso, más insoportable … la tristeza y la cólera permanecerán sin superarse y la culpa se incrementará por tu actuación.
Comparte tu dolor con libertad y amor. Pon tu confianza en familiares, en amigos de confianza, en personas que te escuchen, te comprendan y te apoyen.
Disimular nuestro dolor no es bueno. No permite la comunicación con otros que nos pueden acompañar y aliviar nuestro dolor.
Revive la experiencia de la ruptura, de la separación, de tu despecho, esto facilitará tu recuperación. Duelo que no se habla es duelo que no cicatriza.
Acércate a las personas en plan de amistad, no te aísles aunque ese sea tu deseo. Busca a la gente, no esperes que ellos te busquen a ti. Recobra o crea un círculo social y mantente ocupado en actividades que requieran esfuerzo físico.
No dudes en utilizar formas paras descargar tu angustia, tu estrés, con ejercicios físicos, relajación, imaginería, pasatiempos, deportes. Recupera las actividades que antes te agradaban y habías dejado por tu relación. El fin es reconstruirse, volver a vivir con plenitud.
Para facilitar el proceso de duelo, no busques a tu ex pareja, rompe contacto con ella, al menos por un tiempo. No dejes que los demás te vengan con comentarios o chismes. Esto te evitará interpretaciones de pensamientos o actitudes que no conocemos y comportamiento que puede que no se ajusten o que esté muy alejada de la realidad .
Recuerda que el duelo requiere de tiempo y esfuerzo, que depende de la situación individual, del tipo de relación que mantuviste con esa persona, de las circunstancias que rodean a la ruptura de la relación, de los rasgos de personalidad de quien lo vive.
Cicatrizamos más fácilmente nuestra herida buscando información acerca de lo que es y lo que se siente durante el proceso de duelo, cuánto dura, qué factores modifican o alteran el proceso de cicatrización.
Recordando los hechos y circunstancias de la ruptura y nuestra vida con la ex pareja podrán venir a nuestra memoria los detalles y las cosas que realmente pasaron. Esto nos permitirá traer a nuestra memoria a la otra persona, a la relación, sin culpa ni rabia.
Aunque es muy doloroso, esto permite una mayor descarga de angustia y dolor. Es como la cura que se le hace a una herida abierta durante el proceso de cicatrización.
Reconociendo y tratando cada uno de los componentes de nuestro dolor y realizando actividades para superarlo, la herida se irá cerrando.
No pretendas no vivir o acelerar un proceso que tiene varias etapas y que es propia de los seres humanos. De ti depende que el proceso se acelere o se retrase.
Comienza a asumir el control de tu vida, realiza los cambios necesarios para recuperarte, para recuperar tu realidad, para levantar tu autoestima, tu personalidad, para darle un nuevo sentido a tu vida.
Observa las oportunidades que tienes en este momento, analiza la situación y ve los pro y los contras de la situación,. Analiza y ve el lado positivo, aprende de la experiencia, utiliza todos tus recursos biológicos, psicológicos y ambientales para salir adelante con fe y esperanza en un futuro mejor.
Busca tu bienestar físico y psicológico: esfuérzate por dormir bien, comer y trabajar bien; mantener relaciones sociales saludables, dominar o retomar alguna actividad o tarea que te haga sentir útil y bien , dale sentido y pertenencia a tu vida, mantén el control de tu propio destino, siente satisfacción de ti mismo y de tu propia existencia.
Recuperando nuestra realidad, nuestro sentido de la vida, nuestra alegría y buen humor y la confianza en el mundo, estaremos estableciendo las bases para un futuro sano y seguro Queda la cicatriz que como toda herida, molestará de vez en cuando.
No dudes en buscar ayuda profesional si crees que no puedes manejar la situación o lo necesitas. En la terapia se brinda ayuda solidaria para lograr una mejor comprensión y aceptación de nosotros mismos y cambiar nuestras actitudes hacia nosotros, hacia los demás y hacia el mundo en general.

El sentirse devaluado e indeseable
es en la mayoría de los casos,
la base de los problemas humanos”

C. Rogers


¡Neutraliza esa pesada
carga que es la culpa, el
rencor…!

El despecho es el shock, el dolor por la herida que nos causa la ruptura o la separación del ser amado.
En toda situación adversa que causa pena y dolor, están presentes tres elementos:
La herida o daño o perjuicio causado por la ruptura o separación.
La deuda, dolor o sentimientos (ira, frustración, amargura, odio, rencor, culpa, despecho) que acompañan el recuerdo de la experiencia y que nos engancha emocionalmente al que nos causó la herida.
La cancelación o anulación de la deuda o liberación, que deviene de la satisfacción, reparación, reconciliación, devolución o el olvido y el perdón.
No son los hechos los que nos hacen sufrir sino el significado que le damos a los acontecimientos. Es el cómo percibimos, vemos, oímos y sentimos la experiencia de la ruptura y la separación y cómo esta se grava en nuestra memoria. El recuerdo ligado a las emociones que hacen que emerjan todos esos sentimientos y que se reflejan en nuestras reacciones corporales y en nuestra conducta es lo que nos hace sufrir y nos “engancha” a la situación y a esa persona que es hoy la causa de tantos sentimientos encontrados, pues unas veces la amamos y otras la odiamos, unas veces la culpamos y otras nos culpamos.
De cómo percibimos los hechos depende de nuestra personalidad, de nuestras experiencias, del control que tengamos sobre nuestras emociones, de la forma como enfrentamos y resolvemos nuestros problemas y de la decisión, voluntad y esfuerzo que realizamos para cambiar el recuerdo de la experiencia vivida.
Buscar explicaciones, una satisfacción, reparación, o la reconciliación inmediata es con frecuencia imposible --o se tarda demasiado o nunca se logra--. La herida permanece abierta, nuestro dolor no se cura y nos convertimos en personas angustiadas, frustradas, amargadas, malhumoradas, temerosas, pesimistas, solitarias, obsesivas, culpables, agresivas, conflictivas y enfermas, pues el recuerdo y las emociones negativas y los sentimientos encontrados, nos causan problemas físicos y psicológicos.
Para liberarnos de la pesada carga del recuerdo que lastima y limita debemos primero olvidar y luego perdonar.
Olvidar es una de las funciones de la memoria que nos permite liberar de nuestra conciencia, el dolor que acompaña las experiencias penosas.
El tiempo para olvidar es muy personal y es involuntario. No se pueden cambiar los hechos, pero si la experiencia de los mismos. Es decir, podemos esforzarnos por transformar el recuerdo y acelerar el proceso del olvido.
Transformar el recuerdo significa recordar y contemplar los hechos a distancia, neutralizando las emociones, colocándonos inclusive, en el lugar de la otra persona, sin juzgar, sin criticar, sin comparar, sin compadecerse, sin pena ni culpas, eliminando toda emoción anidada en nuestro recuerdo y que ha determinado la forma como hemos percibido la experiencia, para así estar en capacidad de perdonar.
Perdonar es liberar de la deuda o neutralizar (olvidar) las emociones ligadas al recuerdo de la experiencia o de aquel que nos causó el dolor. Sin embargo, el perdonar no borra el daño, no exime de responsabilidad al ofensor, ni niega el derecho a hacer justicia a la persona que ha sido herida. Perdonar es un proceso complejo que solo nosotros mismos podemos hacer.
Perdonar no es aceptar pasivamente la situación, dejar hacer a la otra persona o culparnos por la situación.
Perdonar no es olvidar o negar la situación y dejar que el tiempo o Dios se hagan cargo. Tampoco es culpar a otros, a las circunstancias o al destino.
Perdonar no es justificar, entender o explicar por qué la persona actúa o actuó de esa manera.
Perdonar no es esperar por la restitución, por una satisfacción, por alguna explicación a los motivos que tuvo la otra persona para dejar la relación.
Perdonar no es obligar al otro a que acepte tu perdón o decirle “te perdono” para hacerlo sentir “humillado” . Tampoco es buscar u obligar a la reconciliación.
Perdonar es, en primer lugar, reconocer nuestros errores y perdonarnos a nosotros mismos. Esto es, aceptar lo que no podemos cambiar, cambiar lo que podemos y aprender a establecer diferencias, sin remordimientos, sin culpas, sin odios ni rencores.
Perdonar es buscar la solución a los conflictos, apartando de nosotros, todo sentimiento negativo como el rencor, odio, culpa, rechazo, deseos de venganza, pues son sentimientos inútiles que esclavizan y crean mayor frustración, mayor desesperanza.
Cuando no perdonamos no tenemos alegría ni paz. Nos volvemos impacientes, poco amables, nos enojamos fácilmente causando rivalidades, divisiones, partidismos, envidias.
Cuando no perdonamos, nuestras ideas y pensamientos se vuelven destructivos, pesimistas, erróneos; perdemos la confianza y respeto por nosotros mismos, desarrollamos conductas que crean mayores conflictos y nuestro modo de vida y nuestras relaciones con los demás, quedan afectadas.
Cuando no perdonamos estamos permitiendo que nuestra salud, nuestro crecimiento personal, nuestro desarrollo y nuestra vida, esté gobernada por la decisión y la conducta de alguien que nos dejó y que decidió por la separación.
Olvidar y perdonar nos permite en primer lugar, controlar nuestras emociones y reacciones. Eleva la autoestima, nos da mayor seguridad y confianza. Facilita la recuperación de la habilidad para aprender, discriminar y seleccionar nuestras respuestas ante situaciones futuras. Aprendemos además, a actuar con madurez y sabiduría frente a la adversidad.
Olvidar, perdonar y perdonarnos, aunque doloroso, es deshacernos de la pesada carga de la culpabilidad, la amargura, la ira que nos embarga cuando nos sentimos heridos. Es abrir caminos hacia la esperanza de nuevas oportunidades. Es crecer y desarrollarnos como personas positivas, libres para vivir en paz y armonía con nosotros mismos y con los demás.

Si no tenemos la capacidad de olvidar y perdonar
llevaremos una carga innecesaria
a lo largo de nuestras vidas-


Sugerencias que podrían
Ayudarte a sentirte mejor.
Saber qué es el proceso de duelo, conocer el estrés que surge ante esta situación, reconocerlo y sobre todo, saber cómo está afectando nuestro organismo, es el primer paso en su manejo y control.
Haz un inventario de los problemas y las cosas que te causan tensión y estrés. Escríbelas y uno a uno, analízalos y busca alternativas para su solución
Analiza tus pensamientos, tus ideas, tus emociones y tu comportamiento. Vive de realidades. No te refugies en ideas o fantasías, pues retrasas el proceso de duelo y te causa más angustia y depresión.
Deshecha los pensamientos y recuerdos intrusos. Cuando estos aparezcan trata de distraer tu mente en alguna actividad que te distraiga.
No te exijas más de lo que puedas dar.
Cuide tu alimentación. El tabaco, café y alcohol potencian el estrés
Intenta dormir bien. Relájate con un baño de agua caliente, ejercicios físicos, alguna actividad que te permita descargar tus tensiones.
Visita al médico para examinar tu estado de salud. No dudes de buscar ayuda profesional si crees que lo necesitas.
Habla, di lo que sientes, lo que piensas, saca afuera todo lo que tienes dentro, esa hostilidad que no te deja estar en paz contigo mismo ni con los demás. Cuanto antes mejor. Aprenda a contar lo que te pasa. Duelo que no se habla, duelo que no cicatriza.
Practica el optimismo.
Aprenda a decir que NO cuando algo no te gusta o no te conviene.
Ríe más. El humor es una de las mejores formas de alejar el estrés y estimula la producción de una sustancia similar a las hormonas reductoras del estrés que se liberan a través del ejercicio.
No seas perfeccionista. No dejes que tu anhelo de perfección y el temor al fracaso te paralicen de ansiedad.
Controla tu malhumor. La gente que se disgusta en silencio corre aún mayor riesgo.
Debes buscar tiempo para almorzar, recrearte y descansar.
No pospongas, cuando algo deba ser hecho, hazlo de inmediato.
No generalices. No hagas comparaciones inútiles. Toda persona, toda situación es diferente por más similitudes que le quieras encontrar. La memoria y la imaginación nos causan malas pasadas.
Te pueden sobrevenir sentimientos de inferioridad, sentir que no vales nada y por ello sentirte inseguro, hostil, malhumorado, desesperanzado. Levanta tu autoestima, reconoce tu valer. Tienes todo un futuro por delante, no dejes que el dolor, el pesar te hundan en la tristeza y la desolación.
Evita buscar culpables. Esto crea odio y resentimiento. Acepta la realidad y los hechos tal como sucedieron.
Deja de sentirte culpable. El remordimiento y la culpa te crean angustia y desesperación y no te conduce a nada. La culpa es una de las emociones humanas más inútiles.
Tampoco guardes rencor. El rencor te amarga, te mortifica. Perdona y olvida.
Domina tus deseos de venganza y elimínalos de tu mente. Afronta la realidad, Fíjate metas y objetivos reales a corto plazo y utiliza todas tus energías y recursos para alcanzarlos.
Vive en paz y deja vivir. Cada uno de nosotros somos dueños de nuestra vida y de nuestro destino.
Escoge tus luchas cuidadosamente. Preocúpate de las cosas que puedes controlar, no de aquellas que escapan de tus manos.
Se fiel a tus sueños y esperanzas.
Haz ejercicios, te conviene. Aprende a jugar, utiliza técnicas de relajación, imaginería, meditación, convierte tus quehaceres en juegos.
Busca algún pasatiempo. Realiza alguna actividad que te guste. Aprende algo nuevo. Intenta arreglar cosas en casa o construye algo
No te aísles. Comparte más tiempo con tus familiares, con tus amigos. Ten presente que la soledad trae amargura y depresión.
Tu puedes mostrar a la persona que realmente eres, sin afeites, sin irrealidades, sin engaños ni mentiras.
Tu puedes buscar formas para levantar tu autoestima, desarrollarte como una persona adaptada, sana, capaz de dar y recibir afecto.
Tu eres capaz de todo lo que te propongas. Solo depende de ti , de que lo hagas enfrentando la realidad con todas sus consecuencias y de los esfuerzos que hagas por lograrlo.
Algunos rasgos positivos propios del bienestar psicológico que pueden mejorar las capacidades y ayudar al bienestar y la salud de las personas son:
1. Dormir, comer y trabajar bien
2. Mantener relaciones sociales saludables
3. Dominar alguna actividad o tarea
4. Sentimiento de pertenencia y de sentido
5. Control sobre nuestro propio destino
6. Satisfacción de sí mismo y de la propia existencia.

La vida nos hace vivir situaciones de conflicto, dolor,
frustración, renuncia, duelo
pero también está llena de alegrías, proyectos,
esperanzas, ilusión, lucha y adaptación.
De nosotros depende el énfasis que le demos al dolor,
al conflicto, a la culpa, a la venganza, al desinterés, a la violencia,
a la pasividad y a la frustración,
o dedicar todas nuestras energías físicas, psicológicas,
espirituales, morales y
toda la entereza de la que somos capaces
para reconstruirnos con optimismo y fe y
desarrollarnos como personas saludables, felices,
capaces de dar y recibir amor.
con confianza, con libertad, sin limitaciones, sin culpas, sin desesperanza., con oportunidades.